Si las ideas fuesen animales serían ratones: entre sombras, fugases y escurridizos. Para asir a uno de ellos hay que estamparlo contra el suelo y generalmente, si lo haces, pierde la vida. Esas cositas que merodean las esquinas de la mente tienen la capacidad, si quisieran cooperar, de derrumbar un edificio o construir un palacio entre paredes. El problema es domarlos, hacer que dejen de roer o estorbarse unos a otros sin orden alguno. Hubo una publicidad de un desodorante en la que un flautista llevaba a miles de ratas a un acantilado y las hacia caer por él. Nosotros, al igual que esa ciudad infestada, necesitamos un flautista perfumado que nos ayude a organizar las ideas que “ratonean” nuestra cabeza, hacer que vayan en un mismo sentido.
La solución no es tan difícil. Si bien las ideas se nos escurren o, por el contrario, se esconden en rincones poco asequibles, hay un par de herramientas que permiten salvar esa dificultad. El flautista y su perfume no son otros que la escritura y la gramática.
Al redactar un texto lo que hacemos es organizar, primero, ese trasegar fugaz de ideas que llamamos pensamiento y, luego, ordenar un grupo de palabras que intenta representar lo que hay en el cerebro. Por ello, la escritura materializa y hace moldeable las generalmente abstractas y esquivas ideas. Esto permite al escritor construir un mapa de cómo encadena memorias, análisis mentales, conceptos, etc.; y, a partir de dicho atlas, puede formar unidades de conocimiento que usa para replantearse, profundizar, depurar o reafirmar sus conjeturas.
Pero esto no es algo espontáneo. Si bien podemos escribir dejando fluir la mente como una llave abierta, el resultado no será más que una seguidilla de palabras que nos remiten al problema inicial. Es allí donde el perfume, en este caso la gramática, entra a jugar a nuestro favor. Ella, más que un grupo de normas obsoletas, son directrices a las cuales debemos ceñirnos. Solo ellas garantizan que esas palabras desperdigadas se sincronicen como engranes en un motor, si no trabajan al unísono pierden torque, pierden las bondades mencionadas arriba.
En suma, la escritura, además de permitirnos comunicarnos con otros, abre caminos que de otra manera serían más difíciles de recorrer. Por ahora, y hasta que la tecnología no invente un chip cerebral o algo por el estilo, redactar ordenadamente, consciente y quizá con un toque de obsesión por la palabra precisa, la manera precisa, es la mejor forma de dominar el mundo de la mente.